Se llega a través de la variante de Muñano, a 4.000 m.s.n.m., donde una gran planicie se acuesta un pueblo dormido en la soledad de las alturas, en la soledad del desierto, en la soledad de la Puna: San Antonio de los Cobres.
Lo rodean Cerros de coloridos tonos marrones que le brindan un aspecto muy particular.
Durante el día las temperaturas son elevadas y de noche invariablemente bajas. Los vientos frecuentes lo tiñen de tonalidades llamativas.
Desde este pueblo se divisan las cumbres nevadas de los Cerros Chañi y Acay.
Para el hombre, la Puna es un ambiente hostil: la altura es sinónimo de baja presión atmosférica, y por tanto de menor cantidad de oxígeno en el aire. No obstante, la atracción de Los Cobres compensa de sobra el apunamiento, o soroche como se le llama en la zona. El pueblo se ofrece con todo su esplendor de leyenda y riqueza mineral. En tanto que la fisonomía indígena atrapa con su arquitectura sencilla, y el paisaje circundante asombra al visitante.
Frío y ventoso, asentado en el centro de un valle agreste, en la parte más baja de la espectacular Quebrada del Toro, y junto al río que repite su nombre, San Antonio de Los Cobres permite contemplar el magnífico Nevado de Acay, así como acceder al destacable yacimiento arqueológico de Tastil.